10 julio 2008

Descanso


Silencio, estoy de descanso. Toda mi vida pegando golpes a una pieza de piedra y los martillazos han desistido. Una escultura con ángulos agudos, un perfil que corta como el diamante, una corriente que suena al golpear una pared de mármol. Construida durante toda una vida esta silueta octoédrica, que resulta agresiva a primera vista. Amorfa y descriptiva. Golpes de cincel que no buscaron el movimiento del resultado, hallaron miradas vacías que silencia ante el nuevo alfabeto.

Una oquedad a la altura del ombligo del artista. No se ve el extremo final. Palpar las cortantes puertas produce un frío temblor en la espaldas del alma intrépida. Podría tener una perfección de espejo y reflejar la cicatriz del nacimiento del alfarero. Pero David sigue siendo de roca, sin pulso sobresaltado, párpados voluminosos de placer que cumplen su función. El ombligo, pulido por creadores de musas veneradas por la plebe, refleja la luz como un cristal hinchado en la plaza San Marcos. La perfección peca de fragilidad y distancia. Puede que el profundo agujero no dé confianza al espectador, pero consigue la categoría de obra de arte si conoces las vivencias que provienen de la frustración.

Silencio, ya he despertado.

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