31 agosto 2008

Velcro

Si alguna vez tuviera que definirme, una de mis cualidades no sería mi discreción. No es porque vaya dando la nota por donde quiera que vaya, o porque me encante comentar los secretos de mi amigos, o porque tienda a vocear en los bares,... es porque no puedo mantener la boca cerrada respecto a mis cosas personales, a pesar de que quede como un gilipollas.

Cuando ocurre algo que podría no ser políticamente correcto comentar a ciertas personas, comienzo con un autosistema de inhibición. A los dos días coincido con algún amigo, y al enzarzarnos en una conversación más larga de lo normal terminó vomitándole mi vivencia. Claro que esto podría quedarse en tus amigos más cercanos y situación zanjada. Pero no, el señorcito no tiene suficiente. Terminó introduciendo mis idioteces en conversaciones que para nada están relacionadas con el tema.

Esta vez voy a llegar más allá. Voy hacer participe de la última a todo el que quiera leerme. Así todos veréis lo idiota que es analfabeta. Esta semana tras estar una temporada la maquinilla sin haber visto la luz, me dispuse a desempolvar la caja. Como ocurre normalmente, empiezo queriendo recortar un poco y termino disfrutando del aparato como un niño con su coche de juguete. Pero esta vez mi afán de corte llego incluso ‘donde la espalda pierde su nombre’. Es mejor que no intentéis imaginarme con la pierna alzada como Madonna en ‘Hung up’. Sólo tengo que decir que finalmente la reina 'herniada' del pop acabo su sesión de peluquería.

Cuando acabo tengo dos sentimientos enfrentados. Por un lado, la satisfacción de ver que sigo siendo algo flexible, y por otro, la decepción de ver la tripa sin ninguna capacidad de camuflaje. Así que me pego una de las más reconfortantes duchas del año y recojo el resultado de tala masiva. Pero esta vez no se acabó ahí. Lo mejor fue la sensación cuando me puse el calzoncillo. Al intentar recolocármelo me di cuenta de que los pelos se habían dispuesto ocupando los espacios del tejido de la ropa interior. Llegué a la conclusión que durante un mes me iba a poner el boxer a modo de velcro. ¿será así como lo descubrió el ingeniero George de Mestral?

Tras esta idiotez os voy a intentar recompensar con una canción.

28 agosto 2008

Intento de homenaje

Voy a intentar aprovechar cada minuto. Abro mi bolsa. Busco entre todos los papeles el artículo que había dejado a medias. Ahí está, de la manera atropellada subrayado. De mi anterior repentina intención de aprovechar el día, que ya entonces terminaba. Si de por sí ya me resulta imposible, ahora, a media noche, más. Tarareo la canción de Dido. Levanto la mirada. Esa figura me resulta apetecible. Sólo espero a que se dé la vuelta a ver si la cara acompaña. Sí que acompaña. Llega el tren y veo como él se posiciona para entrar en el vagón. Antes de entrar puedo intuir un patrimonio viril que disfruto simplemente imaginándome.

Entro por la misma puerta que él. Me siento justo enfrente de él. Intento disimilar mi descarado chequeo. ¿Por qué se sienta pidiendo compañía? No entiendo porque despliega su peludo brazo sobre el asiento contiguo. Debería hacerme hueco. Para. No sigas. Tomo de partida el abrazo imaginario. Los nudillos con pelo y sigo brazo arriba. La manga del polo Lacoste le aprieta. Podría parecer que le queda pequeño. El cuello sin ningún botón abrochado. Asoman esos pelos que a todos los fans de osos nos vuelven locos. Sigo descendiendo. Puedo sentir su respiración en la parte superior de la barriga. Esa es mi parte favorita. Pierdo tiempo observándole la tripa. Me encanta verla empujando la tela. Aunque mentiría, si no dijera, que seguí descendiendo. Ahí estaba. Lo que pude predecir era cierto. Debo tragar saliva. Mi prototipo está colmado. Ahora sí que tengo la mirada fija. Nunca sabré que zapatos llevaba.

Despierto de la hipnotización. Espero que él no se haya dado cuenta. Está concentrado en el otro lado del vagón. Puedo ver que tiene la misma afición que yo. Para él, yo soy invisible. Concentrado en una joven de los asientos de al lado mío. Se está relamiendo. Podría traducir en género sus pensamientos. No me lo puedo creer. Se ve como llaman a la bragueta. Nada más imaginármelo, me comporto como el más fidedigno de los espejos.

Llega su parada. Se levanta mi intermedio. Puedo terminar de disfrutar con su fabulosa espalda. Llena el polo completamente. Me encantaría sufrir el suplicio de quitarle tan ajustado Lacoste. Seguramente tendría que ayudarme, porque pararía para disfrutar en cuchara de postre. Se baja del vagón. Incluso su paso entra dentro de mi prototipo. Andar de culturista. Tiene que inclinarse para buscar algo en su apretado bolsillo. Me marcho. Vuelvo a la consciencia en mi parada. Guardo los folios rápidamente. Soy consciente de que suena The Fratellis en el iPod. No he aprovechado esas tantas paradas de metro.

PD: Con esta entrada intento homenajear a Juan Ernesto Artuñedo. Mi lectura únicamente buscaba algo parecido a lo que sentí en el vagón de metro. Él lo consiguió con sus frases cortas. Me cegué. Así que puede ser que me retracte seriamente, y complete la trilogía en mi librería.

27 agosto 2008

Abstracción

No es la primera vez que me he quejado y me quejaré de convertirme en adulto. Me tiene preocupado. No me gusta cómo a medida que nos hacemos mayores, utilizamos el método de abstracción para procesos frívolos, y dejamos de lado el conocimiento. El mismo proceso que nos sirve para sacar conclusiones y utilizar el método hipotético-deductivo nos hace participe de acciones como prejuzgar. Estoy en ese momento en el que sé que el cambio se va a producir, y consecuentemente perderé la inocencia. Me parece sorprendente cómo el proceso que nos genera conocimiento nos coloca un cono alrededor del pescuezo como a los perros.

E intentando generar un link entre la música que propongo y la entrada, aquí os dejo estos dos videoclips. Debido al shuffle del iPod, he caído en el 'cierto' parecido de estas dos canciones,

'The Centre of my Heart' - Roxette




'I Want You' - Savage Garden

23 agosto 2008

Ricismo


No romperemos la carrerilla de los últimos días, así que incluso en domingo, precediendo a los manjares del mediodía de mi niño, voy a cumplir la promesa del jueves. Debido a mi vacío de ideas, decidí en vacaciones apuntarme en una libreta ciertas ideas que después pudiera desarrollar. Hoy ya he tenido que echar mano de ella y utilizar esta pantalla como despertador de un día repleto de cadenas.

Durante las vacaciones, tienes la posibilidad de deleitarte con pararte en seco y disfrutar de todo lo que está a sólo un brazo de tu alcance. La mayoría de las veces es el mando a distancia lo que cae en tus manos. En cambio, cuando estás en una cafetería, la que ocupa tu tiempo es una de esas revistas de moda o 'de mujeres' que no disfrutas a lo largo del resto del año. Siempre me ha gustado 'leerlas', tienen ese tipo de atracción que posee la telebasura, no puedes dejar de ver anuncio tras anuncio, fotografía tras fotografía e incluso artículo tras artículo. Todo este tipo de publicaciones estaban prohibidas, por ese extraño ricismo que poseía, hace unos años. Sí, ese tipo de integrismo 'independiente' que se ha anclado en mi generación.

Nunca he llegado a extremos, ya que al igual que nunca podré ser fan de nadie tampoco he practicado un grado de 'guaycismo' tan exagerado. Pero ayer, en una tripada de televisión, descubrí a uno de estos ricistas que practican la misma intolerancia que predican. Un chico de Carabanchel ha hecho 10.000 kilometros desde la puerta de su casa hasta Pekín. No voy a criticar su proeza, lo que me parece vergonzoso es la manera que tiene de ridiculizar a la gente que prefiere viajar alojándose en hoteles. Todo esto además aderezado con el hecho de que se dedica a dar clases de golf. Puede ser que yo esté realizando la misma tarea, pero si alguien no hubiera criticado a los que juzgan, no hubiéramos mejorado en nuestro supuesto desarrollo.

22 agosto 2008

Más rabia que amor


Como empiece la temporada con juegos de palabras tan ágiles como el título de esta entrada, blogspot me va a encabezar el blog con una advertencia de "peligroso, cuidado con tu cabeza". Por lo menos, he cumplido la sencilla promesa de resucitar. Además, lo voy a hacer con una crítica sobre algo de lo que no tengo ni pajolera idea: la lectura. Como Aída a la pregunta "¿Cuál es el último libro que has leído?", respondería "¿Aceptamos etiqueta de champú como libro?"; vamos, que no he sido diseñado para ese menester ("qué chula esa palabra, repítela, repítela" - Aída).

A pesar de todo eso, me voy a disponer a criticar un libro, y lo mejor de todo, sin leerlo y al peso. No sé si conocéis la trilogía que comenzó Juan Ernesto Artuñedo con 'Peluche', pero, en pocas palabras, es una novela que cuenta la historia de un chico al que le gustan los hombres con barriga (sí, me sentí un poco identificado). Entrando en terreno personal y determinando de ahora en adelante una mueca en la cara de mis amigos cuando se encuentren enfrente de mi librería, con su primer libro descubrí la masturbación lectora. Esta terminología no pretende ser metafórica. Tras darme cuenta de que cada vez que aparecía una escenita subida de tono me animaba, decidí probar suerte, y espero tener la misma cantidad de suerte en el próximo Euromillón.

Pero lo que realmente quiero comentar es lo indignado que me sentí al leer el segundo y al ver el tercero. En el segundo libro, el primero de la trilogía, Juan Ernesto pierde fuerza e imaginación a la hora de describir las sensaciones de este chico. Se puede justificar con el temperamento inocente del personaje, ¿pero ese chico no tiene imaginación o qué? Es un adolescente y, otra cosa no, pero hormonas... Mi cabreo aumentaba a medida que leía, ya que no despegaba y el libro era mucho más corto que 'Peluche'.

Tras una lectura de polvo insatisfecho, me contenté con la idea del redoble final de una obra digna de estar en mi almohada. Pero nada, el lunes, al acordarme de revisar si ya habían lanzado la tercera entrega, me di de cruces con la realidad. Más corto y al mismo precio. Así que he decidido no comprármelo, porque no creo que las 100 páginas, que dura el libro, transcurran en la cama del protagonista rodeado de gorditos con una banda sonora de Radiohead. Quien lo iba a decir, Aída desprecia un libro por ser demasiado corto, no sé si será por lívido o por afán lector.

21 agosto 2008

Introduction

Antes de empezar este post, si no tienes muchas ganas de leer hoy, busca otro blog que será más interesante que esta entrada de tránsito. Eso sí, a partir de mañana tú y yo estamos obligados a ser más constantes y volver al ritmo que en algún tiempo tuvo este diario personal.

Después de unas largas vacaciones, que me han recordado a esa época de colegio en la que durante dos meses el tiempo estaba bajo mi tutela, me dispongo a intentar continuar lo que empecé hace ya casi un año. Últimamente he tenido que tomar una decisión en contra de la opinión de mis jefes, y eso me ha hecho reflexionar sobre mi manera de ser. Seguramente hace unos años hubiera seguido a pies juntillas las directrices que me hubieran propuesto aunque no lo compartiera con ellos, pero gracias a Dios el sentido común se ha hecho paso. Sin embargo, debido a mi mentalidad de bucles, tengo un sistema de corrección que me hace preguntarme demasiadas veces las consecuencias del camino B.

Todo esta sarta de tonterías se puede resumir en el décimo mandamiento del decálogo que escribí en mi libreta durante las vacaciones: "equilibrar todo lo anterior sin agobiarse por el simple hecho de no llegar". En definitiva, ya veré si escribo mañana una nueva entrada.