No me apetece escribir idioteces. No me apetece sonreír. No me apetece escuchar a la vocecilla patética que ahora escribe este blog. Estoy harto de mi autocompasión y mi falta absoluta de autoestima.
Autoestima. Una palabra que dentro de mi tesis habitual se sustituye por egoísmo. Hay mucha gente que está harta de repetir a sus amigos que deben quererse a sí mismos, y no acrecientan esos consejos con halagos. La autoestima no existe de la nada y no hay nadie que pueda creerse la mejor persona del mundo si no se encuentra rodeado de alguien que le dé mimos y se lo constate. De hecho, por qué cuando estamos deprimidos lo que más nos anima es la voz de un ser querido alabando todo lo que ni nosotros ni los demás ven.
Los ejemplos de D. Autoestima que he conocido en mi vida suelen consistir en un arrogante, propagandista y pedante megáfono. Por la mañana podremos disfrutar de los fabulosos hechos del fin de semana, al mediodía de los avances precisos y certeros en su trabajo y por la tarde una lista de interminable de hobbies culturales. Eso sí, todo ello sin la esperada alabanza por parte de los espectadores. Para nada.
Qué pena que nunca ordene mis ideas en párrafos, creando perfiles de personalidad. De esa manera, sería más fácil catalogarme por título y autor.
Uno de los temas que canto por la calle. Eso sí, cuando aparece un extraño por una esquina disminuyo sustancialmente el volumen.